La startup y el ukelele

Lo confieso: tengo un ukelele. Y lo uso. Vamos, que no es atrezzo startupil. Por eso, en el número 342 de la calle 47, en Hellskitchen (Nueva York) alguna que otra noche de verano en 2013 pude ‘deleitar’ a mis compañeros con mi versión particular del “You got a friend in me” (Randy Newman, Toy Story). Cuentan que una noche incluso me arranqué a cantar.

La letra tiene mucho que ver con las sensaciones que un emprendedor que intenta liderar un proyecto debe transmitir a sus compañeros de aventura.

You’ve got a friend in me
You’ve got a friend in me
When the road looks rough ahead
And you’re miles and miles
From your nice warm bed
You just remember what your old pal said
Boy, you’ve got a friend in me

Yeah, you’ve got a friend in me

 

(Hay un amigo en mí. Cuando el camino por delante parezca difícil y estés a mucha distancia de tu cama caliente, recuerda lo que te dice tu amigo. Hay un amigo en mí)

—Ah, ¿pero el ukelele se toca? —preguntó un joven emprendedor, mitad en broma, mitad en serio.

—Sí, aunque en mi oficina suena poco. No hay tiempo para tocarlo, así que me lo llevé de vuelta a mi piso, a ver si allí podía darle caña, por las noches, después del trabajo. Nada. Llegas pasadas las 10 de la noche y te enganchas a leer correos que no pudiste contestar en el día, preparas algo parecido a una cena y te pones a ver alguna serie, a contestar menciones en Twitter y Facebook. Te vas a la cama y te duermes —no sin antes leer un poco y dar vueltas a cómo pagarás esas facturas y/o nóminas— y vuelta al lío por la mañana.

El chico se quedó contrariado. Tocar bien el ukelele requiere mucha práctica a pesar de lo engañosos de su tamaño y sus cuatro única cuerdas (vs las seis de la tradicional).

De todo el atrezo postureico startupil, el ukelele simboliza la complicación. La mesa de ping pong, la consola o el futbolín son facilonas. En una hora te haces con cualquiera de ellas para ser un contrincante decente, pero con la guitarrita de las narices es mucho más complicado todo. Por eso es más difícil encontrar ukeleles que videoconsolas aunque, ni que decir tiene, el subidón que proporciona tocar una canción completa no se logra ni en el nivel Experto de Guitar Hero (al que, por supuesto, he llegado con cinco estrellas, faltaría más y solo me queda, en el caso del Legends of Rock, pasarme el imposible “Through the fire and flames).

Llegas a dar una charla a emprendedores y ves el brillo en sus ojos. Creen en la viralidad “porque sí”, en el inversor que llegará y les meterá dinero por su gran idea y, por supuesto, en que han elegido el equipo correcto. Todos llevan chanclas, camisetas y cierto aire de “lo mío es distinto”. Les encanta cómo queda el ukelele en Instagram, pero son más de futbolín o videoconsola. Por eso les horroriza pensar que eso haya que aprender a tocarlo.

Por eso no viene mal, de vez en cuando, recordarles la diferencia entre ser, parecer y esas cosas

—No estás obligado a tener un ukelele, oye, puedes no comprarlo…

—¿Y perderme la moda de subir fotos agarrándolo y sonriendo cual hawaiano feliz? Ya tengo localizado uno en Amazon muy bueno

—Pero te da igual que sea bueno si no lo vas a tocar, ¿no?

—Hombre, pero es interesante salir en la foto con uno de marca

—La gente conoce Gibson (o Epiphone), Fender (o Squier), Ibanez y poco más…

—No creas, cada vez se sabe más en el mundillo sobre marcas de ukelele, ¿eh?

—Pero de tocarlo poco, ¿verdad?

—Nada o casi nada. Es un coñazo. Te ves tres vídeos de Youtube y solo en afinarlo, estirarle las cuerdas y hacer un ejercicio facilito de acordes has perdido una tarde.

—Insisto, no te lo compres.

—Imposible. Está de moda, como los pufs, futbolines, mesas de ping pong o las consolas…

—Ya, pero no te compras un oboe para hacer lo mismo, ¿no?

—El oboe no está de moda…

Les explicas que el mundo del emprendedor real se parece más a tocar el ukelele que a pegarle al ping pong, la consola o el futbolín. Cuatro cuerdas en lugar de seis, práctica, tolerancia al fracaso, más práctica, incertidumbre —¿tocaré bien alguna vez esto?— cuerdas rotas, dolor de dedos, adaptación… Ellos sonríen. Se creen que estás de coña o que el “guruseo” se te ha ido de las manos. Pero no.

Un dedo mal puesto en el traste y la nota suena mal. Las startups buenas desafinan todas, sobre todo al principio, pero consiguen sonar y atraer a algunos oyentes a esos torpes conciertos. Sus fundadores —con sus ukeleles low cost— anotan qué le gustó a su público y van mejorando hasta que el repertorio, la técnica y el sonido son decentes. Consiguen a sus fieles que, día tras día, vuelven. Y en un momento dado, hasta pagan por escuchar. Es lo que se llama Producto Mínimo Viable y tracción inicial.

Pero, ¿quién pagará por verte jugar al ping pong? O te conviertes en jugador olímpico (¿?) o ese juego no pasará de ser tu hobbie. Muy respetable, pero hobbie al fin y al cabo. Ídem con la consola y el futbolín. Hay millones haciendo eso todos los días en todos los campus de emprendimiento que han crecido como setas; solo unos cuántos están fuera, con su ukelele, pasándolo mal, luchando por enganchar cinco acordes seguidos y llamar la atención de un cliente.

Son estos últimos a quienes debemos venerar. El ukelele es solo un símbolo, un hito que, para muchos, acaba colgado en la pared para que se lo encuentren los curiosos que vengan a tu empresita llena de colores y vinilos de Space Invaders colocados por doquier y le puedan hacer una foto. Nadie se acuerda que aquello era un instrumento musical con una función en la vida: sonar de la mejor manera posible.

#Ukelele antes de la cena

A photo posted by Javier Padilla (@elpady) on

Como esa pequeña guitarra abandonada, miles de startups en España se quedan con la mera función estética de la empresa tecnológica, y pasan a engrosar la lista de empresas con ENISA, CDTI o similar que nunca consiguieron pasar la validación del mercado, no ya por tener un producto inútil o inacabado, sino por no tener producto. Eso sí, se pasearon por los saraos de emprendedores con su insignia que, como el ukelele, les sirvió para otra foto y un puñado de “Me Gusta” de sus amigos que, sin despeinarse, le dedicaron un puñado de “¡Crack”, “¡A por todas!”, “¡Te vas a comer el mundo!” sin sabor.

Distinto es el caso de quien tiene financiación y, tras gastarla con cabeza, fracasa. Gloria al guerrero que, eso sí, tiene el deber de volver a la cantera de emprendedores a contar lo aprendido. Gloria al otrora fracasado que se erige en profesor bañado de realidad capaz de transmitir —con ese brillo que solo tenemos los que hemos palmado mucha pasta por el camino— lo difícil que es meter los primeros 10.000 usuarios “de verdad” (los que pagan) en tu plataforma sin monsergas de growth hacking que solo sirve para efecto estadístico y vanity metrics.

Si vas a comprarte el ukelele, tócalo. Si no, pilla mejor una suscripción anual a Spotify. Vale más o menos lo mismo y suena bien desde el principio, sin dolores de dedos, ridículo ante los compis y muñecas abiertas por las posturas imposibles.

¿Te has decidido a tocarlo? ¡Bien! Finalmente, para demostrarte lo rico que puede ser este instrumento, te dejo el vídeo de Jake Shimabukuro. Si vas a hacer música con un ukelele aspira a esto. Cuando en este TED dijo que iba a tocar el Bohemian Rhapsody con una guitarra ridículamente pequeña, muchos se echarían a reír. Tras ver el resultado, reaccionaron de esa forma que a ti te gustaría que reaccionasen tus primeros usuarios al llegar a la beta de tu startup: con un “guau” acompañado del ojiplatismo que precede a una cerrada ovación.

Un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.