La crisis de los que hacían webs a 90.000 euros

La Padyweb era gráficamente desastrosa y su contenido dejaba mucho que desear pero me sirvió para aprender mucho (Año 1997)
La Padyweb era gráficamente desastrosa, su diseño era inexistente y su contenido dejaba mucho que desear pero me sirvió para aprender mucho (Año 1997)

El otro día compartía mesa con mi amigo Jaime. Estudiamos juntos en la carrera y los dos tenemos clara una cosa: si la competición consiste en horas machacando un tema para resolverlo en condiciones, muy pocos pueden ganarnos. Comimos una hamburguesa cada uno y un par de refrescos mientras debatíamos sobre nuevos proyectos donde trabajar juntos. Nuestro menú sigue siendo el mismo años después y, aunque cambiamos el McDonalds por un bar de tapas, seguimos mentalmente muy lejos de las comilonas en restaurantes con facturas indecentes.

Ambos coincidimos en que si quitamos los proyectos de riesgo donde nos hemos metido conscientemente, hemos crecido en estos años de «la crisis». Es paradójico porque en nuestro entorno muchas empresas han cerrado o abandonado el área de desarrollo web. Algunas por falta de clientela, otras por falta de adaptación y muchas, por desgracia, por no saber vender un producto a su precio adecuado.

Cuando comencé en esto de Internet había mucho listo que pedía «1 millón de pesetas» (6.000€) por una web por la que yo no pedía más de 120.000 (ni 700€). «No seré todavía lo suficientemente bueno para aspirar a esos clientes» pensaba, mientras intentaba analizar la diferencia entre ambos productos para semejante diferencia en la factura.

Pasaron los años y mejoramos la técnica, el diseño y, en consecuencia, nuestros productos. También subimos los precios. Es más, hasta llegamos a duplicarlos. Más de una web a 1.400€ porque tenía Flash y otras tecnologías que encarecían el producto final.

Pero, ¡joder! El vecino seguía siendo más inteligente que yo. Iba ya por los 15.000€. «Está claro, debo ir a por productos más complejos, clientes corporativos e instituciones…», pensaba, mientras miraba desde mi portátil (programaba allá donde me pillaba) los productos de aquellos a quienes ni siquiera me atrevía a llamar «competencia». Y así lo hice. Aumentamos nuestra formación, aprendimos nuevas tecnologías y fichamos a gente con talento -primero como freelances y después en plantilla- para tirar más alto.

Mientras tanto, comencé a acceder a las esferas de las webs «de postín». Lo primero que comprendí es que tanta agencia de publicidad intermediando solo traía problemas. Varios casos seguían el siguiente patrón en el que, os juro, no exagero ni un ápice: El diseñador cobraba 700€/mes por trabajar en la agencia, el programador 1.000€ por el desarrollo completo de la página y…¡ta ta chan! La agencia le pasaba al cliente una factura por 12.000€ (+IVA).

Hemos visto este caso estirado hasta la astronómica cifra de 90.000€ por un producto que era, sin paliativos, una basura estética y tecnológica. Para rizar el rizo, la empresa que la había programado cerró por falta de liquidez. Adivinad quién la arregló por unas 40 veces menos el coste inicial…

Haciendo un símil, y sabiendo que hay mil y un tipos de webs/aplicaciones distintas, aquella web que hacíamos primero por 700€ y después por 1.400€ puede estar ahora en los 1.700€ en Sevilla y en los 2.100€ si te vas a Madrid. En Nueva York no pasa nada si cobras $4.000. Estaría dentro de mercado.

Por supuesto que hacemos proyectos mucho mayores…y más pequeños.

La clave está en cobrar por trabajo real y no por el apellido del cliente. No hace demasiado tiempo, vino a vernos un cliente ilustre. Nuestro presupuesto era 1/4 del que le había dado una empresa de Madrid. Por supuesto ofrecíamos, como mínimo, la misma calidad. Nos lo llevamos nosotros y se le sacó rendimiento al trabajo.

Posteriormente, una tienda vino con un caso similar. «Tenemos un presupuesto de 5 cifras», me comentaba el responsable. Lo bajamos a la mitad (se quedó en 4 cifras). Otro cliente más para nuestra cartera y un buen proyecto entre manos.

El motivo por el que han caído muchas empresas en esta crisis no es solo la falta de competitividad (que en muchos casos, también). Si al coste real de un producto le metes un 500{a31a598c08b97e04c471714f0e9a9135ffea9d13036728f66bee3f63eed82732} de margen, igual estás jugando a algo muy peligroso que puede estallar en tu cara mientras conduces un coche que vale, probablemente, cinco veces más que el que podrías conducir.

Resumen
Título
La crisis de los que hacían webs a 90.000 euros
Descripción
Análisis sobre el declive de las empresas que durante años han inflado las facturas por desarrollo web, subiendo artificialmente los presupuestos. La mayoría de ellas ya no existe y no es culpa de la crisis
Autor

2 comentarios

  • Probablemente esta ha sido la mayor pelea que he tenido en todos los sitios donde he estado, cuando la gente se sube a la parra.

    De hecho ahora mismo estoy decidiendo el precio de un producto pero contando con unos márgenes para no pillarme los dedos si necesito más plantilla o mejor Saas, es jodido pero ajustar para no marear al cliente es esencial en esta fase para el proyecto.

    Te reto a hamburguesón cuando quieras.

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