Entre 2008 y 2013, más de 300 ciclistas fallecieron en las carreteras españolas. Por si ese dato no fuera estremecedor, hay otro que también es llamativo: 3.400 resultaron heridos en más de 25.000 accidentes.
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Vivir en el 1%
La crisis de los cuarenta no es un capricho snob. Hasta no hace demasiado nos moríamos con treinta y pico años, sin tiempo para preocuparnos por lo que subyace a la mera supervivencia.
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Primavera de 2003. Por aquel entonces uno se apuntaba a una epidemia con tal de escribir algo en Las Tres Letras. Eso no quiere decir, ni de lejos, que lo que yo escribiera estuviera bien. Metía la cabeza en los «A Favor/En Contra», en alguna columnita del Urbana7 y, en general, donde me dejaran contar algo.
—¿Imagineros de la Semana Santa de Sevilla? Por supuesto. Además, es uno de mis temas “favoritos” —le dije a un responsable de Marketing de ABC de Sevilla. Seguir leyendo «Gracias por todo, Fernando»
Los españolicidas
Nueva York, agosto de 2008. El autobús cosmopolita en el que me monté hace poco más de dos horas deambula por el Barrio Hispano. Estoy inmerso en la excursión “Contrastes”, así que no presto apenas atención a la voz del guía mexicano que lleva dando la lata —e inventándose datos— desde que comenzó el periplo. De repente, una frase rimbombante me saca de mi reflexión… Seguir leyendo «Los españolicidas»
La gente de método
Para muchas personas es preferible disponer de un método o sistema que ilumine el camino para llegar de un punto X a un punto Y. A mí me gusta llamarlas “gente de proceso” (o gente de método). Elegí ese nombre tras observar cuánto se parecía su manera de abordar la vida a la que «sufren» los ordenadores por definición. Una tarea o proceso tras otro hasta llegar al fin de un camino. Hasta cierto punto es bastante lógico sentirse seguro en la vida cuando puedes seguir un método con determinados pasos y estos te llevan a un destino al que se supone que debes llegar. Seguir leyendo «La gente de método»
Venían a por nuestra basura
Es domingo por la mañana y en mi timeline se mezclan dos noticias sin solución de continuidad. Una marca de chips explica que para 2020 su sistema habrá avanzado lo suficiente como para servir de copiloto a los conductores que lo deseen; 2030 es el año en el que sus CPUs dominarán un coche que se conducirá de forma autónoma, sin intervención humana. Unos píxeles más arriba, los muertos caen por puñados. Son africanos e iban hacia Europa. Entre 650 y 700 según los cuente la CNN o El País. Muchos, en cualquier caso. Seguir leyendo «Venían a por nuestra basura»
La llegada de la publicidad del Times, factor determinante para el fin de su imprenta
Más del 70{a31a598c08b97e04c471714f0e9a9135ffea9d13036728f66bee3f63eed82732} de los ingresos del New York Times proceden de su edición impresa. De ese porcentaje, una gran parte corresponde a “consumer revenue” o, lo que es lo mismo, gente que compra el periódico a diario o lo recibe por ser suscriptor. La otra gran porción de ingresos procede de la publicidad.
Más de un millón de personas compra el New York Times cada domingo. Esa cifra ha caído desde 1,8 millones en 1993 a 1,1 millones ahora. Entre semana, 645.000 personas lo adquieren, valor que cae, como media, un 6{a31a598c08b97e04c471714f0e9a9135ffea9d13036728f66bee3f63eed82732} cada año. Seguir leyendo «La llegada de la publicidad del Times, factor determinante para el fin de su imprenta»
Carta abierta a los ‘fandroids’ que no me entienden
He tenido a lo largo de mi vida unos 16 PCs de sobremesa. Los tres primeros fueron Amstrad (CPC 472 —tenía 8KB más de ROM que los normales—, un PC1640 y un 2086) y los siguientes, hasta el actual, fueron clónicos. En muchos casos eran máquinas montadas por mí mismo en los años en los que al Intel 486 había que añadirle un coprocesador matemático para que 3DStudio R2 —no existía aún el MAX— pudiera hacer un render sencillo en menos de 10 minutos (hoy lo haría en un segundo con iluminación global, anti-aliasing del bueno, sombras complejas…).
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A mi padre por Navidad, y al resto para que comprendan muchas cosas
Los periodistas cometemos con demasiada frecuencia un mismo error: dedicar un artículo bonito, desgarrado y lleno de recuerdos a una persona que acaba de fallecer. Sus allegados se emocionan, sí, pero el receptor no tiene ya la oportunidad de leerlo. “Lo estará leyendo desde allí arriba”, nos dice alguien de nuestro entorno, con la lagrimilla cuesta abajo y sin freno.
El caso es que a mí siempre me gusta más hacer estas cosas en vida. Incluso cuando todavía le queda al homenajeado —Dios mediante— mucho que recorrer en este mundo.
Hoy no voy a escribir de startups, tecnología, SEO, marketing online o el futuro, sino de “visión”, “curiosidad”, “tenacidad”, “inteligencia” y “capacidad de sacrificio”. Todo eso lo aprendí de mi padre.
En mis primeros recuerdos le veo con unos planos de rotativa desplegados en el pasillo, llegando por la mañana después de un turno de noche o con los ojos tapados en la salita de la casa de mis abuelos en Heliópolis tras un fogonazo recibido en un cuadro eléctrico. En mi memoria, también estoy con él en un pequeño cuarto en nuestro piso de San Juan de Aznalfarache con cara de alucinación porque ha estallado un condensador, o corriendo por la casa haciendo el saltimbanqui tras pisar un soldador muy caliente que él había dejado para arreglar o construir algo a altas horas de la noche.
Le recuerdo dándome la lista con los valores de los colores de las resistencias cuando yo tenía poco más de 4 años. Sí, yo era un trasto y aprender a leer y escribir tan pequeño solo sirvió para querer saber más y más (me estudiaba a diario la parrilla de TV de La 1 y La 2, con sus horarios, para recitársela a mi madre).
“Aprende inglés e informática porque el día de mañana el ‘analfabeto’ será quien no domine ambas materias”, me decía cuando yo tenía 5 años. Y uno, que no sabía lo que era ser analfabeto, sí intentaba evitar caer bajo el paraguas de esa palabra que sonaba fatal.
“Trabaja en algo que te guste mucho y así será como no trabajar”, comentaba también. Esto, que hoy leemos mil veces en cuentas de autoayuda de Twitter o en el discurso de Steve Jobs en Stanford, ya lo sabía yo desde el año 85…
“Sé el segundo siempre. Fíjate en las maratones; calcula el esfuerzo y cuando estés preparado, adelanta”
“La tecnología caduca todas las tardes”
“Hay que inventar el ascensor a la luna”
“Correr tan rápido que te cojas por la espalda”
“Simple Javi, simple. Eso es muy complicado”
“A todo hay quien gane Javi”
“Buena presencia Javi […] La abuela siempre dice que un coche con los cristales limpios parece nuevo”
“Sal de todos los sitios siempre por la puerta de delante porque la vida da muchas vueltas”
“Si Bill Gates (Steve Jobs, etc) no existiera habría que inventarlo”
“Yo, por el Betis y por Don Manuel, lo que sea” (a ver si os creéis que es perfecto…)
Podría enumerar mil frases más, pero creo que os podéis hacer una idea. No se trataba de mensajes vacíos, sino de sentencias que ejemplificaban un modo de vida y una filosofía. Y, por supuesto, no hablaba del ascensor a la luna o de la caducidad de la tecnología cuando ya son temas de actualidad… sino 15 o 20 años antes.
Recuerdo a mi padre construyendo un equipo de música para mi madre, pieza a pieza, y su sonido tan potente y nítido. También me vienen a la cabeza las mañanas de sábado tirado en el césped de nuestra casa en La Motilla dándole caña a las pastillas de freno, el motor de arranque o a aquel relé que hacía de intermitente en la guantera del Seat 124. No olvido las tardes pintando los postes de la valla (Tintalux, Pardo 517…) o cuando restauramos dos bicicletas enteras. O aquel día que fuimos al Teatro Álvarez Quintero a arreglar algo de la instalación eléctrica y a la salida se gastó el dinero en comprarme una cámara de fotos que, por supuesto, acabé desmontando para saber cómo funcionaba.
Por eso ahora, cuando me ven llegar y digo algo como “probablemente ese fallo es de la bomba del gasoil” o “limpia los inyectores” se piensan que soy un mecánico de Wikipedia o un bocas. Ignoran que aprendí muchos conceptos de mecánica porque él me dijo que era “más bonita que la electrónica porque se ve”. Tampoco saben que cuando sacaba un 9 o un 10 en dibujo técnico y te enseñaba las láminas tú me decías que “eso en el colegio interno habría sido menos nota. Debería estar mejor”.
Esa es otra importante: acelerar y correr porque las cosas nunca están lo suficientemente aseguradas o perfectas. A veces hay que controlar esa enseñanza porque puedes acabar con tus competidores lejos —o no— pero contigo absolutamente reventado y sin fuerzas para nada. Eso también lo he experimentado.
“Si tu padre hubiera vivido en Estados Unidos en la época de la Guerra Fría habría sido agente secreto del FBI”, me comentaba un amigo común. “He visto a tu padre darle clases de rotativas a los alemanes que las diseñaron”, me decía también otro antiguo compañero. No creáis que fue fácil trabajar en una empresa donde él era un absoluto referente para prácticamente todo el mundo.
Porque alguien que no se cansa nunca y que corre siempre como si fuera el último de la carrera es para temerle.
Evidentemente, no heredé de él la afición por correr campo a través y, ni que decir tiene, que no tengo su zurda. Se fue del Betis en juveniles —era compañero de Rafa Gordillo y tenía una buena carrera por delante— porque le gustaba más jugar al fútbol con sus amigos del barrio y seguir estudiando electrónica. Visión.
Por supuesto que hay muchos temas en los que no estamos de acuerdo. E imaginad lo que pueden ser nuestros debates cuando los dos pensamos que nos va la vida en “ganar”. Lo típico que él va a la cocina y mi madre me mira, muy seria, y me dice “Javielito, por favor, que le va a dar algo”. Una frase muy de madre.
Además de querer dejar por escrito que admiro a mi padre y que gran parte de lo que soy se lo debo a él, me gustaría que aquellos que tenéis hijos os esforzarais mucho en ser un buen ejemplo.
La curiosidad, el afán de superación, la capacidad para esforzarse cuando parece que el depósito está vacío, la importancia de decir la verdad o de cultivar amistades, y el intentar siempre adivinar qué vendrá en el futuro —basándote en la observación del presente y sus problemas sin resolver— son cosas que no se enseñan en los colegios. Y, aunque se enseñaran, no se aprenderían porque necesitan ser “mamadas” día a día, con ejemplos que fijen valores y conocimiento.
Mi padre, sin saberlo, se ha comportado en su vida como un auténtico “knowmad”. Y ese ejemplo es el que me ha hecho ser como soy. Gracias por haber dedicado tiempo a ser un ejemplo en el que poder mirarse y sacar conclusiones de esas que cambian una vida.
La gran mentira de la ‘sobrecualificación’
Estar cualificado para un trabajo conlleva, en mi opinión, varios aspectos:
1) Tener los conocimientos adecuados para desempeñarlo
2) Conocer las buenas prácticas que llevan a trabajar de forma eficaz en ese ámbito
3) Ser buen compañero y saber trabajar en grupo o de forma individual en según qué caso
4) Saber expresarse con un cliente sin comprometer la imagen de la empresa
5) Ser eficiente en cuanto al empleo de recursos procedentes de la empresa
6) Acabar un trabajo en tiempo y forma según los requisitos de cada momento Seguir leyendo «La gran mentira de la ‘sobrecualificación’»