Lo mejor de Web Summit fue, sin duda, la comida. Lo peor, la baja presencia de inversores y business angel. En medio, podríamos hablar de la mala calidad del Wifi el primer día -puede arruinar cualquier presentación ante un inversor- o la falta de formación en los voluntarios, que desconocían cómo resolver gran parte de los problemas.
No me malinterpreten. Web Summit ha estado bien, o incluso, muy bien si lo que se pretendía era conocer gente y salir de marcha por la noche. En ese caso, habría que poner un notable a la organización. No hay nota máxima porque todos los garitos estaban desbordados y el «sold out» aparecía en cuanto uno intentaba entrar en una fiesta. También hay que resaltar la calidad de los ponentes, con el colofón de la intervención de Elon Musk. En ese sentido, ni una sola queja más allá de las propias cuando el auditorio se queda pequeño y hay que sentarse en el suelo por los pasillos.
Con esta introducción, cualquiera puede pensar algo lógico: Web Summit ha tenido un problema de dimensión en todos los sentidos. Incluso en el del tamaño de las caderas de las chicas que se prestaron a ir vestidas de cabareteras para promocionar una startup -bochornoso… se puede ver en el vídeo de abajo sobre el minuto 5 aproximadamente- o el del enano vestido de verde con un sombrero y cara de no saber muy bien de qué iba todo.
De la lista de medios e inversores oficial se cayeron varios integrantes días antes del encuentro según hemos podido saber de primera mano. Sin embargo, se les mantuvo en el dossier que se pasó a las startups que acudieron, algo que contribuyó aún más a la desilusión de los asistentes. «En serio, dejad de preguntarme. Yo no estoy en Web Summit», es el tuit que podría resumir perfectamente la respuesta de varios periodistas desde Twitter ante el aluvión de menciones de algunos asistentes que buscaban algo de cobertura mediática.
El Startup Village, donde nos encontrábamos los emprendedores con proyectos más nuevos, resultó ser «la nave del fondo por la que no pasan inversores ni medios». No quiere decir que no pasaran algunos, pero lo hicieron como obligados, andando rápido y mirando de reojo mientras escondían el color morado de sus insignias para evitar el «acoso».
En nuestro caso personal la cosa no fue mal porque ya teníamos algo de experiencia. Conseguimos hablar con algún inversor -no hablaremos del loco de los ojos temblones…- y también logramos hacer algunos avances más en el producto. Además, pudimos pasar más tiempo con Enrique Dubois y charlar con la gente de 47 Degrees (¡menudos cracks!).
Y, ¡ojo! Que también hay fallos del lado de las startups. La sensación general fue que había demasiado prototipo y poco producto interesante. Este hecho también pudo resultar decisivo para que los inversores pasaran de largo (tienen el ojo entrenado). Quizás algo más de filtro por parte de la organización no habría venido mal.
Dublín se portó de maravilla con los emprendedores. Está claro que es un lugar para volver.
¡Ah! Y a ver si alguien dice algo del concurso World’s Hardest Working Startup. Los 50 que quedamos en las primeras posiciones nos hinchamos a currar para aspirar a un premio que nadie sabe a quién ha ido a parar.
Os dejo el vídeo que hemos realizado por si queréis ver nuestra aventura personal.