Empresario ante una pizarra llena de fórmulas y gráficas

En el futuro (II): Los exámenes

Los exámenes se inventaron porque había que encontrar una manera de evaluar el conocimiento de una persona sobre una materia. Cuando la educación se hizo universal, estos se convirtieron en una peligrosa vara para medir el grado medio de aprehensión de una determinada materia en un conjunto más o menos amplio de personas.

Los exámenes tienen numerosos defectos:

– Con frecuencia están hechos para “pillar” al alumno.
– Suelen ser escasamente prácticos.
– Son iguales para todos los alumnos.
– Pretenden evaluar, de 1 a 10, algo bastante concreto, y dejan de lado aspectos adyacentes a la pregunta.
– Suelen ser respondidos con menor brillantez por las personas que soportan mal la presión (los asociamos a algo malo).

En el futuro no habrá exámenes como los conocemos hoy. Los profesores podrán servirse de la tecnología para evaluar de distinta forma a cada persona, existiendo una verdadera evaluación continua donde todo el recorrido académico del alumno -y las prácticas asociadas- forman parte de la calificación final.

Ésta no será, probablemente, un número, sino que estará compuesta de decenas de variables que midan aspectos como la creatividad, la capacidad para emprender y liderar, la facilidad para vender, las aptitudes para el cálculo, la programación y la lógica, etcétera. Para cada una de ellas se utilizarán las miles de medidas registradas a lo largo de un curso.

Un sistema de verdadera evaluación continua consigue que un alumno sea calificado por un conjunto de acciones (u omisiones) en lugar de por la brillantez que sea capaz de mantener durante 2 o 3 horas vomitando conocimiento (en el caso de las humanidades) o resolviendo un problema sobre un extraterrestre que tiene 7 dedos en lugar de 10 (me lo pusieron en la Facultad de Informática para que el alumno dedujera que tenía que trabajar en base 7 en lugar de base 10…). Ni una cosa ni la otra harán que un trabajador sea más o menos eficiente.

La ausencia de métodos automáticos de registro de la aptitud, convierten en un auténtico tedio la labor de evaluar a los alumnos de forma continua. Pero, ¿y si se registran, a diario, decenas de parámetros asociados a cada alumno? ¿Y si estos miden, además del conocimiento y la pericia, aspectos esenciales como la constancia, la madurez intelectual o la creatividad?

Por suerte, en unos años no existirán los exámenes tal y como los conocemos hoy. La nota final que un alumno recibe no será más que el resultado de una evaluación realmente continua. ¿El resultado? Un registro de parámetros que lleven a configurar el “ADN de aptitudes y actitudes” de una persona.