La crisis de los cuarenta no es un capricho snob. Hasta no hace demasiado nos moríamos con treinta y pico años, sin tiempo para preocuparnos por lo que subyace a la mera supervivencia.
El cerebro andaba entonces a sus cosas, dedicando el tiempo a encontrar un amor (o sucedáneo), reproducirse y llenar el estómago. La vida era cuidar de la manada y morir sin artificios. Pero en los últimos 150 años hemos duplicado nuestra esperanza de supervivencia. Queríamos durar mucho, sin reparar que eso de “encontrar un amor, reproducirse y llenar el estómago” no daba para estar aquí sesenta años con la cabeza alta; ¿ochenta? Estamos locos…
La crisis de los cuarenta suele llegar cuando nos queda claro que encontrar un amor, reproducirnos y comer no son incentivos suficientes. Podemos reproducirnos más, encontrar dos o tres amores y probar todas las dietas mundiales. Aún así, estamos jodidos.
Por eso los treinta y los cuarenta años son tan proclives a la aparición de la depresión, la ansiedad y las crisis existenciales. Alguien de clase media-baja vive hoy mejor y más seguro que un rey del siglo XIX. No teme por sus dominios —so pena de ser desahuciado—, come con regularidad y tiene tiempo para preocuparse por mil cosas. Pre-ocuparse. Esa es nuestra condena: dedicar tiempo a cosas que no van a ocurrir. Pero eso sería tema para otro artículo.
La clave está en una pregunta cuya respuesta nos da miedo verbalizar:
¿Cuál es mi objetivo en la vida?
Esta pregunta aparece cuando uno supera los treinta años. A veces llega con el primer divorcio, tras el primer hijo, con un cambio de trabajo; los distintos bucles de entretenimiento superficial que hemos creado en eso que llamamos “vida moderna” (redes sociales, series de TV, música de usar y tirar…) son insuficientes. Nuestro cerebro moderno —el córtex— juega en contra del primitivo —la amígdala— y esa batalla nos hace pasarlo mal.
Cada vez que pregunto a alguien por su objetivo en la vida recibo una mirada extraña, una mueca o una sonrisa burlona. Casi nunca hay una respuesta preparada, clara, contundente. No sabemos qué queremos hacer con los cuarenta años que ahora nos sobran. Y eso es una putada.
Aquello de “qué quieres ser de mayor” se ha asociado a la búsqueda de un trabajo o a cuidar de la descendencia. Ninguna de las dos tareas son suficientes, de por sí, como para dar sentido completo a una vida tan larga.
Por eso tu misión en la vida no puede ser estudiar una carrera, trabajar en X o ser padre. Está más relacionado con “componer una canción que cambie el mundo”, “ganar un Oscar”, “escribir un libro que inspire a una generación” o “encontrar la cura contra el cáncer”. Se trata de soñar con cosas complejas, difíciles y, a menudo, irrealizables… ¿Vivir más es una cuestión de sueños? Sí, lo es.
Recordáis aquello de “la felicidad está en el camino”. Pues es 100% real. Necesitas sueños, objetivos a largo plazo con los que llenar tu vida a largo plazo. Si no, con cuarenta años te habrás dado cuenta de que comes a diario, te reproduces, tienes un trabajo… y te quedan otras treinta o cuarenta primaveras por delante. Encima, otros que persiguen el sueño de aumentar la longevidad estarán puteándote añadiendo expectativa —y sufrimiento innecesario— a tu existencia.
Mi caso particular
Yo quiero ganar un Oscar. Y escribir una saga literaria de éxito, componer un disco maravilloso y mejorar a diario con la guitarra o la batería. Son mis metas más irreales, pero no por ello dejo de creer en ellas. Están grabadas a fuego. A veces me imagino a mí mismo siendo entrevistado tras recibir un premio muy importante por algo. “¿Y ahora qué?”, me pregunta la periodista. Me preocupa muy poco no saber qué contestar en este momento; sé que cuando llegue la hora tendré una respuesta.
Al 99% de posibilidades no ganaré un Oscar, pero yo vivo feliz en el 1%. Es el 1% el que me permite levantarme cada mañana y coger el coche con una sonrisa, sentarme en el trabajo a reírme con mis compañeros e intentar hacer chistes hasta de la muerte.
Para mantenerme en ese 1% también me trazo retos apasionantes en la oficina. Se trata de buscarle la chispa al lado profesional: ahora mismo me llena la inteligencia artificial como en su momento lo hizo la animación 3D. Estudio una hora al día para conseguir que los robots sean capaces de escribir textos y ser creativos. ¿Lo conseguiré? Esa pregunta no cabe en mi 1%.
La primera vez que fui a vender la idea de un proyecto no lo logré. La primera vez que fui a pedir dinero para financiar una empresa no lo logré. La primera vez que cogí una guitarra la dejé al rato pensando que poner la postura del DO Mayor era muy complicado. Antes de escribir «Mara Turing. El Despertar de los Hackers» comencé tres libros que dejé antes de llegar al tercer capítulo. Para ser un cofundador exitoso en ElDesmarque, Ten Golf o iMagicBox, antes fui un emprendedor aprendiendo de fracasos gordos con otras cosas como Moodyo.
Olvida a quienes te dicen “No lo conseguirás”. No porque no lleven razón, ojo. Ya te digo que el 99% juega contra ti. Lo normal es que no lo consigas. De verdad que esto no es un artículo de autoayuda. Está basado en hechos reales. Muy reales. Hay que trabajar mucho y no siempre se consigue lo que uno quiere, pero si no queremos convertirnos en los gordos flotantes que ven la TV durante 24h en Wall-E, ve pensando en tu 1% y ponlo siempre en tu horizonte.
Estarás añadiendo vida a tu longevidad.
Mi padre siempre decía que había que tener en mente siempre una ilusión, un proyecto, para irte a la cama feliz y levantarte con más ganas aún. Y siempre intento seguir su consejo. Cuando en el colegio nos preguntaron qué queríamos hacer «de mayores» yo contesté: «escribir un best-seller». Y ese es mi 1% 😉