Parece que fue ayer cuando José Manuel Otero me llamó para que le ayudara con la compra de un ordenador para su hijo. A finales del verano pasado su voz sonaba fenomenal después de un tiempo sin hablar con él en persona.
Un par de meses después, en noviembre, me pasé por la Redacción una noche para acompañar a Amparo. Veníamos de cubrir un macabro suceso y me enteré, en la mesa de Cierre -¡cómo se echan de menos las noches en la sección donde todo el mundo es bienvenido, donde todo se ríe, se recuerda y se trabaja!- que Otero estaba pasando un trago bastante amargo. No pintaba bien, pero a José Manuel siempre le conocí con el ‘modo superviviente’ activado.
La primera vez que hablé con él fue en una comida en el bar del antiguo edificio de CEADE en La Cartuja. Lo recuerdo perfectamente. Estábamos Jesús Morillo, él y yo sentados a una mesa, escuchando los planes que tenía para su inmediata incorporación a ABC. Su experiencia en el mundo del periodismo local, tras una larga carrera en Diario de Cádiz, le convertía en el candidato ideal para arrancar el proyecto editorial que, por distintos motivos ajenos a él, nunca despegó.
Sin embargo, Otero se adaptó a las distintas fases profesionales por las que pasó aportando su conocimiento y una gran dedicación. Cuando estás, como él, en secciones por las que pasa mucha gente al cabo del día acabas siendo un tipo que cala en los demás.
Recuerdo un día que me hizo cambiar un titular tres o cuatro veces. Sería un hipócrita si no dijera que en aquellos momentos me cabreó mucho el asunto. Muchísimo. ¡Quién no se cabrea cuando le tocan un titular! Y más cuando crees que lo refleja todo, que es perfecto para que los protagonistas se sientan bien tratados por el informador, de forma imparcial, justa y objetiva. Solo había un detalle crítico: me estaba olvidando del lector, obviando la más que probable carencia de conocimientos -y de interés- por parte de mi principal cliente para desentrañar el significado de ciertas siglas.
No sabéis cuánto tiempo se pudo ahorrar Otero en su carrera profesional si no hubiera destinado tantas horas a intentar que el trabajo de los demás cumpliera con los mínimos que él consideraba necesarios. Probablemente mucho más de los ocho meses que él ha tenido para intentar ganar su batalla.
Hoy, los nuevos y los viejos que trabajamos con él estamos tristes porque se ha ido un compañero de los que no pasan desapercibidos. Cada vez que alguien te quiera cambiar un titular, un diseño o un planteamiento, escúchale, porque son los que discrepan quienes te hacen mejorar y fomentan tu espíritu crítico.
Hasta siempre, José Manuel.