El bendito mundo de la ‘no privacidad’

Tarjetas para fidelizar a los clientes (foto: www.marketaria.es)
Tarjetas para fidelizar a los clientes (foto: www.marketaria.es)

Google o Facebook saben prácticamente cualquier cosa sobre ti. Uno porque te sigue por la web mientras navegas y el otro porque tú, de forma voluntaria, contribuyes a diario a convertirlo en un sistema muy inteligente y cada vez más inmune a eso que llaman «privacidad». Los puristas dirán que los ordenadores no pueden desarrollar inteligencia como la humana, pero se equivocan. Es más, las máquinas están aquí para ir arreglando todas las cosas que la evolución no es capaz de resolver a corto plazo.

Si lo piensas detenidamente –y a riesgo de caer en el sofismo más barato- eso que llamamos “pensar” no deja de ser un conjunto de impulsos eléctricos que se producen de una determinada manera en función de una preconfiguración previa y de cierto componente aleatorio. Algunos lo llamarán “conocimiento”, “convicciones” o “herencia”, pero el caso es que cuando tú decides no montarte en un coche de un extraño por la noche, no has hecho más que aplicar una fórmula que, con variaciones, siempre es igual. “Es un extraño” (Persona no conocida), “Es de noche” (Oscuridad = peligro), “Mis padres me dijeron que nunca me fuera con desconocidos” (Recuerdos relacionados), “Aquellas niñas desaparecieron raptadas por un conductor” (Conocimiento de experiencias previas negativas) y otros pensamientos más, se suceden en cuestión de segundos y nos hacen que tomemos una decisión que, en su punto final, tiene un pequeño componente aleatorio que podría desviar ligeramente el resultado previsible.

La electrónica y la inteligencia artificial siguen evolucionando y, mientras nosotros nos fijamos en cómo nos rastrean por Internet, ignoramos que hace años que comenzamos a trazar nuestro camino y a formar parte de decenas de bases de datos inconexas que nos ayudan en el día a día.

¿Conocéis las tarjetas de fidelización? Ésas que nos dan en Carrefour y en otros hipermercados que nos permiten almacenar puntos canjeables. Bien, gracias a esas tarjetas hay una conocida cadena de supermercados inglesa que es capaz de predecir, con 3 meses de antelación, un divorcio. Poseen los datos de consumo durante varios años de 10 millones de personas. Cuando nos deprimimos cambiamos los hábitos de compra, y si pasas a echar más chocolate de la cuenta en el carro ellos lo saben.

Tu coche tiene pequeños ordenadores, denominados “centralitas”, que registran también datos y los almacenan para ayudar al diagnóstico en el taller. Los más modernos guardan hasta la posición, pero sin ir tan lejos, la mayoría guarda los acelerones, la velocidad media o el consumo. Una variación en estos patrones puede llegar a determinar, con poco margen de error, un estado de ansiedad en el propietario del vehículo.

Los centros comerciales intentan conocer más cada día sobre las personas que andan por sus instalaciones. Las cámaras que miden zonas calientes y aquellas que detectan caras (y hasta identidades) pueden ayudar a saber si las personas que visten de azul y tienen el pelo rubio acaban siendo más proclives a adquirir productos de una determinada marca.

Podríamos seguir durante horas pero, como la semilla de Google Analytics ya habrá registrado que has llegado a este párrafo y, probablemente, no formes parte del porcentaje de rebote tras haber pasado más de 2 minutos leyendo, ya es suficiente por hoy. Piensa únicamente que a lo mejor no deseas esa privacidad que tanto pides. Sin entrar en casos que son comúnmente aceptados como intromisiones injustificadas, lo normal es que esa cesión involuntaria que hacemos de nuestros datos ayude a construir un mundo en el que todo se vaya adaptando mejor a nosotros.

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El bendito mundo de la no privacidad
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La privacidad no es solo cuestión de la red. Vivimos en un mundo donde nuestro coche, el hipermercado o cualquier centro comercial ya sabe más de nosotros que nosotros mismos.
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